Mi Parashà – Génesis 3:21
Si nuestra desnudez y vergüenza están ligadas a reconocer que perdimos la inocencia y pureza divina, nuestros vestidos con túnicas de piel de animal, después de nuestra transgresión, reflejan inicialmente ese acto de compasión y misericordia divina para cubrirnos, y a la vez, la llegada de la muerte al espacio terrenal al que descendimos.
A pesar de nuestra desobediencia, Él no nos abandona; en lugar de eso, nos cubre, lo cual simboliza la protección y el cuidado continuo que Él nos ofrece, incluso después de la caída. Además, frente a la muerte, entregó la vida de un animal inocente para que nuestra pureza e inocencia no se perdieran del todo.
El hecho de que las túnicas sean de “piel” (or en hebreo) simboliza la realidad física y material en la que ahora vivimos. Por ello, el concepto or (piel) contrasta con “אור” (or), que a la vez significa “luz” y que nos proyecta a la espiritualidad y la iluminación, un juego de palabras que indica que, aunque hemos caído en un estado más material, aún estamos bajo la guía y el amparo divino.
Por lo tanto, aunque estamos en el reino del pecado y la muerte física, donde las fuerzas del mal nos afectan, Él intenta preservar nuestra pureza, inicialmente a través de un animal inocente y luego de Él mismo, quien al humanarse se convirtió en nuestro sustituto para que la muerte que entró al mundo por nosotros encuentre en su gracia la redención hacia la eternidad.
El concepto de “עוֹר” (or, piel) por su valor numérico de 276 (Ayin = 70, Vav = 6, Resh = 200), al combinarse con el de “luz” (אור), que tiene un valor numérico de 207 (Alef = 1, Vav = 6, Resh = 200), nos llama a una transformación que, como condición humana, necesita de Él y de su Luz para que ese estado de pureza, al perder luz, no se pierda.
Es por ello que nuestro mundo material terrenal está lleno de impurezas, siendo necesario purificarnos con Su sangre, redención y elevación espiritual a través de la compasión y su misericordia. Al acogernos por fe a su perdón, a pesar de nuestros errores y transgresiones, somos salvados del poder de la muerte que domina nuestros cuerpos, pero que por Él no puede hacerlo con nuestras almas.
Él es quien nos brinda la posibilidad de redención y de encontrar protección bajo su guía divina a través del Espíritu Santo. Por eso, su “túnica”, repartida en suerte por soldados romanos, también simboliza esas nuevas condiciones de vida que debemos aceptar después de haber cometido errores y que, por su Gracia, nos ofrece para nuestra salvación.
No estamos solos en nuestro camino terrenal; su luz mantiene ese llamado a integrar lo espiritual con lo material, a encontrar un equilibrio entre ambos aspectos de nuestra existencia. Aunque caímos en un estado más material, tenemos la oportunidad de redimirnos y elevar nuestra condición a través de la reflexión, la corrección de nuestros errores y la búsqueda constante de la conexión con lo divino a través de la fe en Él.
Está claro que antes del pecado, Adán y Eva estaban cubiertos de luz (or), una pureza resultante de la conexión directa con lo divino. Sin embargo, después de la caída, esa luz se transformó en una piel que requirió el sacrificio de un ser inocente para expiar los pecados de la humanidad, representando la primera muerte en el mundo material. El concepto de “vestimenta” (levush) como algo que cubre o vela lo interno, como el alma, nos habla de un cambio en el estado espiritual, donde ahora necesitan una protección o barrera entre su esencia interna y el mundo exterior.
Nuestros vestidos nos recuerdan por ende que es la muerte la que reina en nuestros cuerpos y que Él mismo se humano y se despojó de su deidad, cuerpo y hasta prendas para redimirnos, rescatarnos, salvarnos.