
Mi Parashá – Génesis 3:4
Entre las diferentes inquietudes que nos surgen frente a las revelaciones divinas, quizá una de las más complejas de explicar es por qué, según la interpretación convencional que damos al relato del Génesis, la serpiente, como criatura creada, contradice directamente la advertencia del Creador al insinuarle a Eva que el castigo divino no se cumplirá.
Sin embargo, está claro que, dentro de la visión de armonía universal, la dualidad en la que estamos hoy presos cumple un rol preponderante, y dentro de ella, seres aparentemente oscuros, malos, engañadores, deben ser los generadores de tentaciones para que decidamos si obedecemos o no y, a la vez, comprendamos los efectos de romper el orden y no acoger la voluntad divina.
El contexto en el que la serpiente dijo, “וַיֹּאמֶר הַנָּחָשׁ” (Va’yomer ha’nachash), nos lleva a comprender que las fuerzas del mal, que hacen parte de la dualidad coexistente, contienen en sí mismas una serie de elementos que, en el caso del libre albedrío humano, conllevan sensaciones como el egoísmo y, por lo tanto, nuestra inclinación negativa (Yetzer Hara), que nos lleva a ir en contra, en ocasiones, hasta de nosotros mismos.
Al comer de los frutos del árbol prohibido, esas semillas se sembraron en nosotros y, por ende, esos impulsos moran dentro de nosotros, lo que implica que esas fuerzas co-gobiernan nuestro ser inconsciente y, en algunos momentos, nos inducen a querer separarnos aún más, tanto de nosotros mismos como del Creador, desconectándonos de su sabiduría, que llena nuestras mentes de ruidos, voces, imágenes y pensamientos oscuros.
Pero todo ello estaba ya previsto en el Plan divino, ya que necesitábamos formar nuestro libre albedrío. Por ello, se debe leer con mucho cuidado ese acto de hablar por parte de la serpiente, ya que está claro que la única criatura creada con capacidad verbal es el hombre, por lo cual esa serpiente que habla simboliza la influencia verbal y psicológica que estas fuerzas oscuras tienen y cómo sus impulsos emocionales afectan no solo nuestras percepciones, sino también nuestro sistema nervioso, llevándonos a actuar en contra de las recomendaciones divinas, desobedeciendo sus leyes sin medir las consecuencias de ello.
La más importante de estas consecuencias es nuestra muerte física, “לֹא מוֹת תְּמֻתוּן” (Lo mot temutun – “No moriréis”).
La serpiente promete algo contrario a la advertencia de Dios, sugiriendo que la transgresión no traerá muerte, sino una especie de empoderamiento. Este engaño se relaciona con la ilusión que muchas veces acompaña nuestras malas decisiones, haciéndonos creer que no habrá repercusiones negativas, cuando en realidad estamos entrando en un camino de separación y oscuridad.
Es importante advertir que la muerte no se considera un fin definitivo, sino una transición o transformación, ya que el alma no muere; es por ello que la serpiente insistía en ello. Sin embargo, dicho paso de un estado de existencia a otro dentro de nuestro ciclo de vida sí ofrece la posibilidad de evolución y elevación a planos superiores de existencia, o por el contrario, una mayor caída que la que enfrentamos terrenalmente.
El cuerpo es la envoltura física del alma durante su tiempo en el mundo material; llega a su fin, y el alma se separa para regresar a su fuente divina, en un viaje espiritual hacia una mayor cercanía con el Creador. Por lo tanto, la misma muerte debería interpretarse como una oportunidad para que el alma complete su proceso de corrección o “Tikun”.
Quienes creen en la regresión nos hablan de varias vidas, en las que el alma trabaja para corregir sus defectos y alcanzar un estado de perfección espiritual, obviando la muerte como castigo. Sin embargo, quienes atendemos las palabras de nuestro Señor Jesucristo sabemos que ella marca el final de los tiempos y la resurrección para quienes se nutrieron del Árbol de la Vida.
Redención que se dará con el retorno de Él como Mesías en cumplimiento del propósito último del Creador para la humanidad. Sin embargo, la gematría nos advierte que la “muerte” “מָוֶת” (Mavet), valor 446, contrasta con “vida” “חַיִּים” (Chaim), valor numérico de 68, llamando nuestra atención para que comprendamos que los cambios en nuestros ciclos tienen que ver con distanciamientos definitivos o acercamientos eternos, por lo que si no atendemos dicha transformación, no podemos ni imaginarnos el final que nos espera.
Si nuestra alma no se purifica, no evoluciona ni se acerca cada vez más a la unidad con lo divino, ese tránsito, que debe preparar al alma para nuevas etapas de crecimiento espiritual y de redención, nos debe conducir a escenarios que no logramos siquiera describir. Por ello, el concepto de serpiente “נָּחָשׁ” (nachash) y su valor numérico de 358 nos habla de la importancia del “משיח” (Mashíaj – Mesías) para rescatarnos de ese abismo.
Es mejor enfocarnos en el poder redentor que surge incluso del enfrentamiento con nuestras propias tentaciones y errores, lo que quiere decir que en la tentación y en el pecado podemos encontrar oportunidades para la redención y el retorno a la pureza original. Eso sí, debemos aprender a discernir las voces interiores que guían nuestras decisiones, para que esos impulsos nerviosos inconscientes no afecten nuestros pensamientos y nos lleven a cuestionar o minimizar las consecuencias de los mismos.
Seguir justificando nuestras malas decisiones y convencernos de que no tendrán consecuencias es quizá la peor decisión. Por ende, debemos estar alertas a las influencias que nos alejan de nuestra verdadera esencia espiritual y de los mandatos divinos, que, como la serpiente, nos hacen promesas que solo son trampas, ilusiones que seducen a actuar contra lo que sabemos que no es correcto, bajo la falsa creencia de que podemos evitar las repercusiones.
El reconocimiento de nuestros errores y la lucha contra nuestras inclinaciones negativas pueden llevarnos a un nivel más profundo de conexión con lo divino, tal como lo sugiere el valor numérico compartido entre “serpiente” y “Mesías”. Este paralelo nos enseña que incluso nuestras caídas pueden ser un camino hacia el crecimiento y la redención si aprendemos de ellas y nos esforzamos por alinear nuestras vidas con los propósitos divinos.