Mi Parashá – Génesis 3:7
Enfocarnos en una conciencia universal nos lleva a entender que o nos conectamos a ella plenamente y somos conscientes de otra realidad, o simplemente, al estar medio desconectados, coexistimos en un mundo de fantasías inconscientes, que, aunque lo reconozcamos como real, no lo es.
La conciencia es mucho más que la simple percepción de la realidad física; es la capacidad de conectarnos con la sabiduría divina, para, con esa Luz, poder discernir la verdad espiritual y participar así en la corrección del mundo. A medida que uno eleva su conciencia a través del estudio, la meditación y las acciones éticas, se acerca más a la unidad con el Creador y la realización del propósito espiritual de la vida.
Quienes confunden los conceptos de alma y conciencia obvian que esta es solo una herramienta divina esencial para nuestro Tikun, llevándonos con su Luz a un proceso de corrección y elevación espiritual, gracias a su expansión y purificación. Así, podemos rectificar errores pasados y avanzar hacia la redención personal y colectiva.
Sin embargo, nuestra inconsciencia humana opera dentro de una dualidad: la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, lo espiritual y lo material, como resultado del “pecado original” y la “caída”, que introdujo la separación entre la humanidad y lo divino. Con todo y ello, es a través de la conciencia que nuestra alma se reencuentra con el poder de discernir y elegir entre estos opuestos.
Es la conciencia la clave para percibir la realidad espiritual que subyace en el mundo físico. Por ello, su desarrollo nos permite percibir los mundos superiores y entender las fuerzas espirituales que influyen en nuestra vida diaria, ya que es ella la que percibe la verdadera naturaleza de la existencia y la presencia del Creador en todas las cosas.
Conciencia que está estrechamente relacionada con la Luz Divina (Or Ein Sof), por lo cual, al conectarnos con ella, expandimos nuestros conocimientos al absorber más de esta Luz, lo que permite una mayor comprensión y conexión con lo divino. En el Árbol de la Vida, Keter, la sefirá (emanación divina) más alta, representa la voluntad divina y la conciencia suprema; por lo tanto, es la fuente de toda conciencia, tanto divina como humana.
Así las cosas, cuando Adán y Eva toman conciencia de su estado de desnudez, perdiendo su plena conexión con la conciencia divina para acogerse al inconsciente dualista, se abren sus ojos a un reflejo עֵינֵי (Einei), valor de 130, a una nueva percepción menos consciente y más ajustada a conocimientos tomados del reflejo de la luz que se proyecta como exterior.
Y es que, si asociamos este valor con el de la palabra סולם (Sulam, Escalera), podremos entender, como en la escalera de Jacob, que nuestro ascenso espiritual requiere acceder a ese vínculo entre el cielo y la tierra, el Árbol de la Vida, nuestro Señor Jesucristo, quien descendió haciéndose a nuestra imagen para que nuestra desnudez עֵירֻמִּם (Eirummim), valor de 366, no siga haciéndonos presos de la vulnerabilidad y la exposición al mal.
Al separarnos de la protección divina, quedamos expuestos a las fuerzas del mal, que nos llenan de temor e incertidumbre, por lo que esa necesidad de cubrirnos, como tantas otras, es solo un reflejo de no sabernos parte de Él y de todo lo que nos otorga.
Como la higuera תְּאֵנָה (Te’enah), valor de 456, debemos asumir nuestra corrección תיקון (Tikun) para poder florecer. Esto también nos indica que cubrirnos del mal y los temores, volviendo a confiar en el Creador y su guía, es el primer paso dentro de ese proceso de corrección (Tikun).
Incluso expresiones como delantal, חֲגֹרוֹת (Chagorot), con un valor de 618, que parecen no tener ninguna conexión con todo lo que el versículo nos enseña, son de suma importancia para asociar estos términos, por sus valores, al concepto de כבוד (Kavod, Gloria o Honor), que tiene un valor de 32, para comprender que, al cubrirnos, también nos alejamos de la vergüenza de la desobediencia y recuperamos la dignidad perdida al confiar en su misericordia y perdón.
Tomar conciencia de nuestra dualidad y vulnerabilidad era un proceso necesario para que esa apertura de los ojos nos permitiera asumir nuestra transición de un estado de unidad con lo divino a uno de separación y autoconciencia, dentro de un ciclo que nos llama a cubrirnos con las hojas de higuera en un intento de comenzar a corregir y enmendar voluntariamente los efectos de dicha separación.
Al reflexionar sobre cómo alimentamos nuestras percepciones y conocimientos, también podemos entender los efectos de estos frutos que nos pueden llevar tanto a la caída como a la corrección. Es quizá por ello que nuestras respuestas al pecado y a la vulnerabilidad que este significa implican un proceso o Tikun, en el que buscamos restaurar nuestra conexión con lo divino.
El camino hacia la redención y la reintegración con lo divino pasa por aceptar nuestras fallas y trabajar activamente en nuestra corrección interior, recordando que cada acto, por pequeño que sea, puede tener un impacto significativo en nuestro desarrollo espiritual, auto-reflexión y trabajo consciente en el camino hacia la armonía con el Creador a través de su obra.