Mi Parashá – Génesis 4:19
Quienes gustan de revisar sus árboles genealógicos tienen muy en cuenta el significado de los nombres de sus ancestros, así como las principales acciones que estos proyectaron como legado en sus vidas. Esto, en algunos casos, incluye la descripción de ciertos comportamientos y atributos que revelan significados profundos de sus esencias, no solo en términos de psicología humana, sino, sobre todo, desde una perspectiva espiritual.
Lamec, como descendiente de Caín, decidió tomar dos esposas, lo que representa un desvío de los ideales de unidad y armonía divina. Con él se da inicio a la poligamia, la cual simboliza una división interna y, por ende, uno de nuestros mayores conflictos espirituales. Esta tensión ha llevado a la humanidad a alinearse cada vez más con una idolatría que enmarca nuestra ruptura milenaria con lo divino.
Por su parte, Adah (עָדָה), que significa “ornamento” o “belleza”, con un valor numérico de 79, refleja el camino estético por encima de lo ético que tomamos desde aquellos días, priorizando aspectos de atracción física ligados a un materialismo exacerbado, inclinando a las nuevas generaciones hacia lo externo y superficial.
Quienes asocian el número 79 con conceptos de juicio o discernimiento nos recuerdan, sin embargo, que la belleza externa debe ser evaluada y entendida en su verdadero contexto. Desde la perspectiva de la sabiduría divina, esta se relaciona con la búsqueda de la bondad.
Tzilah (צִלָּה), que proviene de “tzal”, “sombra”, con un valor numérico de 165, evoca la idea de ese aspecto oculto o sombrío de nuestra naturaleza, representando nuestra parte inconsciente que acarrea luchas internas. La decisión de Lamec nos enfoca en la lucha entre lo externo (la belleza superficial) y lo interno (las sombras o aspectos ocultos), guiando nuestras búsquedas cotidianas hacia fuerzas que interactúan en nosotros, más que hacia el trascender gracias a la guía del Creador.
El número 165 se vincula a ideas de protección o cobertura, lo que se alinea con el significado de “sombra”, simbolizando la necesidad de explorar y comprender los aspectos más oscuros o escondidos de la psique humana.
Es claro que nuestra realidad alucinante es una proyección que hace la luz desde el exterior y que capturamos como imágenes que archivamos en nuestra memoria, a las cuales les damos un nombre para identificarnos con esos conceptos, ego o yo exterior, que simplemente reproduce esa interpretación, pero que no es lo real. Bajo esta complejidad mental, generamos una serie de intenciones, deseos, pensamientos, expresiones e interacciones que afectan la totalidad de nuestras interrelaciones, tanto internas como externas.
Lamec, al tomar dos esposas, nos muestra que nuestras búsquedas están divididas entre el equilibrio de lo visible y lo oculto, lo material y lo espiritual. Debemos ser conscientes de estas dinámicas internas que nos llaman, en realidad, a buscar la armonía entre nuestras diferentes facetas, ocupándonos menos de lo que mostramos al mundo y adentrándonos más en ese mundo sombrío en el que debemos trabajar internamente.