Mi Parashá – Génesis 4:21
El nombre Yubal (יֻבָל), relacionado con el concepto de fluir o llevar, con la raíz hebrea “yovel” (jubileo), nos denota un flujo o una liberación. Por ello, como padre de aquellos que tocan la lira y la flauta, nos habla de esa conexión espiritual de la que nos da luces de mejor forma las artes y la expresión creativa. La música y el sonido, al ser parte de vibraciones, son formas poderosas de conectar con lo divino.
El valor numérico de la palabra יֻבָל (Yubal), de 48, se asocia con el concepto de “moaj” (mente o intelecto), sugiriendo que la música y la creatividad como expresiones de la mente nos conectan con la sabiduría divina. Por ello, la lira (כִּנּוֹר, kinnor) y la flauta (עוּגָב, ugav) son instrumentos que producen sonidos, elementos fundamentales en la creación, ya que el sonido está asociado con la vibración y la energía primordial.
En este sentido, Yubal, como el padre de estos músicos, puede ser visto como un pionero en el uso de la vibración y el sonido para influir en el entorno espiritual y físico. כִּנּוֹר (Kinnor), con un valor numérico de 320, está relacionado con la idea de juicio o de influir en la realidad, lo que refuerza el papel de la música como un medio para afectar y transformar el mundo.
Por su parte, עוּגָב (Ugav), con un valor numérico de 15, se asocia con las letras hebreas יוד (Yod) y הה (He) para formar el nombre (Yah), sugiriendo que la flauta, como instrumento, tiene una conexión directa con la energía divina y la espiritualidad, destacando la importancia de la creatividad humana para conectarnos con lo divino.
El sonido y la música no solo son expresiones artísticas, sino también herramientas espirituales que pueden elevar el alma y transformar la conciencia. Dado que todo fluye por la vibración de Su palabra, la música y la creatividad son medios para conectarnos con lo espiritual.
Reconocer y valorar las artes más allá de percibirlas como formas de entretenimiento, nos denota que estas son vehículos para la expresión de lo divino y la transformación personal. La práctica de la música, o incluso la apreciación de ella, son formas de meditación y conexión con algo más grande que nosotros mismos.
Las melodías y los cánticos tienen la capacidad de resonar con las sefirot, las diez emanaciones divinas, facilitando un flujo armonioso de energía espiritual, permitiendo al individuo acceder a estados de conciencia más elevados para acercarse a lo divino. Dado que el universo fue creado a través de la palabra divina, vibración sonora, la música es una manifestación de esa vibración y nos alinea con la idea de que toda la creación está basada en la resonancia y el sonido.
Cantar o tocar música se considera un acto que puede imitar y participar en el proceso divino de creación. Los diferentes instrumentos musicales también están relacionados con las sefirot y los distintos niveles del alma, siendo la lira (kinnor) la que se asocia con la sefirá de Tiferet, que representa la belleza y la armonía, mientras que la flauta (ugav) se vincula con la sefirá de Biná, que simboliza el entendimiento y la intuición.
נִגּוּן (Nigun), “melodía”, con un valor numérico de 209, nos habla de melodías espirituales sin palabras que permiten al alma expresarse más allá de las limitaciones del lenguaje. Estos cánticos nos llevan a estados de meditación profunda para facilitar el “devekut”, o la adhesión al Creador. Este número puede estar asociado con conceptos de introspección y elevación espiritual.
שִׁיר (Shir), “canción”, con un valor numérico de 510, nos habla de completitud y perfección, sugiriendo que la música tiene la capacidad de restaurar la armonía en el mundo. Por lo tanto, el sonido y la vibración tienen un impacto directo en el mundo físico y espiritual, ya que al resonar, pueden desbloquear energías y abrir canales espirituales que facilitan la meditación, la sanación y la conexión con lo divino. La música nos permite trascender las limitaciones del mundo físico y acceder a niveles más profundos de experiencia espiritual. A través de la música, podemos meditar, orar y conectarnos con aspectos divinos de una manera que trasciende el lenguaje y el pensamiento racional.