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Mi Parashá – Génesis 9:25

La maldición de Noé a su hijo Cam nos recuerda, de manera similar, cuando nuestro Padre Celestial en un versículo anterior nos advirtió sobre las consecuencias de nuestras decisiones como humanidad. Al hacer una analogía con dicho pasaje, debemos reconsiderar nuestra percepción no solo hacia Cam, sino también hacia las naciones descendientes de Canaán.

Aceptar que el término “maldición” (אָרוּר, arur) se refiere más a las poderosas y profundas consecuencias de nuestras decisiones erradas nos permite entender que la maldición de Noé indica que nuestras elecciones afectan a nuestras futuras generaciones. En este caso, marcan el destino transmitido a sus descendientes, los cananeos.

El valor gemátrico de “אָרוּר” (arur) es 407 (א=1, ר=200, ו=6, ר=200), lo que nos remite nuevamente al concepto de juicio y separación, ya que toda maldición simboliza la ruptura de la armonía. En este caso, además, establece una jerarquía entre los hermanos, ya que el término “עֶבֶד עֲבָדִים” (eved avadim), que se traduce como “siervo de siervos”, implica esa posición más baja dentro de la jerarquía social.

El concepto de servidumbre debe ser visto en términos espirituales para asumir que la pérdida de libertad y autonomía se debe a dicho estado de degradación, el cual se refuerza al no reconocer la falta y se prolonga e incluso magnifica ante la falta de reparación. Por ello, la expresión Canaán (כְּנָעַן, Kenaan), con un valor gemátrico de 190 (כ=20, נ=50, ע=70, ן=50), se asocia a la idea de pruebas y dificultades, reflejando el destino que Noé decreta para los descendientes de Canaán.

Esta maldición también puede interpretarse como una advertencia sobre las consecuencias de las acciones que deshonran la santidad y el respeto familiar. Nuestras palabras y acciones afectan no solo a individuos, sino a generaciones futuras, ya que son fuerzas poderosas que pueden moldear la realidad y el destino de las personas.

Este conocimiento nos llama a ser conscientes de las palabras que pronunciamos y de las decisiones que tomamos, entendiendo que tienen repercusiones más allá de lo inmediato. Esto debe guiar nuestro actuar con mayor responsabilidad y compasión, evitando juzgar o condenar precipitadamente a los demás.

Esta perspectiva también nos recuerda que el respeto por la dignidad y la integridad de las personas es fundamental, y que nuestras palabras y acciones deben reflejar este principio para promover la armonía y la justicia en nuestras relaciones y comunidades.

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