Mi Kabbala – Jeshván 28, 5785 – Viernes 29 de noviembre del 2024.
¿Disfraces?
El Texto de Textos nos revela en Génesis 3:21, “Y Jehová el Creador hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.
El pecado, jata (חָטָא), nos llevó a dejar de vernos a través de Él, iluminados, y a separarnos del Eterno al comer del fruto del árbol del conocimiento, apagándonos, sometidos a un cuerpo y cubriendo nuestra vergüenza. Esto significa que debemos reenfocarnos en nuestra espiritualidad para iluminar nuestro entendimiento y percibirnos conscientemente como partes de Él. Al hacerlo, abrimos nuestra visión, que es más que física, para reconocernos como hijos, lo que nos lleva a arrepentirnos de sabernos desconectados de nuestro Padre Celestial, corrigiendo dicho estado al reconectarnos con Él.
Al alejarnos del Creador, nuestras vidas, costumbres y tradiciones comenzaron a relacionarse únicamente con lo terrenal, mental y alucinante. Con ello, describimos, desde esas características perceptibles, sesgadas e incompletas, una realidad que promueve solo un reflejo engañoso. Incluso esas prendas dadas por el mismo Creador nos recuerdan nuestra desobediencia y el hecho de que vivimos para el ego, utilizando disfraces que, aunque los adornemos como reyes, no cubren, kasah (כָּסָה), ese vacío que, con sus indicadores emocionales, nos habla de la necesidad de retornar a Su amor misericordioso.
En Su palabra se nos otorga una reorientación esperanzadora para alejarnos de perpetuar tantas desilusiones vergonzosas y reintegrarnos a Él a través de Su obra. Para ello, debemos dejar a un lado esas máscaras y vestuarios, labash (לבשׁ) extraños, y convertir nuestro cuerpo en un templo donde Su haz de luz ilumine nuestra alma. Entre otras cosas, esto nos permitirá revestirnos de Su esencia y liberarnos de la esclavitud egocéntrica que nos confunde con sus ilusiones estéticas sofocantes.
Sus mensajes reveladores nos otorgan señales para dignificar nuestra carne, guf (גוף). Quizá por ello nuestra vestimenta debería reflejar recato, enfocándonos menos en las apariencias superficiales y sus representaciones teatrales, y valorando más aquello que, en esencia, debe caracterizarnos: nuestro ropaje lumínico espiritual. Este, hoy cubierto por nuestro pecado, nos llevará a la muerte, el momento final en el que nos sabremos hechos a imagen y semejanza del Creador y reconoceremos que debimos revestirnos de alabanzas, servicio y amor antes que de todo aquello que nos distrajo.
Como Abdías, ʿŌḇaḏyā (עֹבַדְיָה), estamos llamados a servir al Creador, lo que implica dejar de retroalimentarnos de frutos prohibidos y de celebrar extrañas festividades donde se promueven actitudes medievales y paganas. A través de ellas, representamos fantasmas y brujas, incitando a nuestros niños al pecado al atraerlos con dulces para atarlos aún más a esa dimensión ilusoria. Obviamos, además, que Sus festividades están destinadas a recordarnos, mediante conmemoraciones, que hay muchas cosas por revisar y corregir. Solo así podremos asumir plenamente esas revelaciones hasta alcanzar esa dignidad celestial en la que nos reconocemos desde nuestra esencia.
El Texto de Textos nos revela en Mateo 3:4, “y él, Juan, tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a la cintura; y su comida era de langostas y miel silvestre”.
Oremos para que reconectarnos con Su Espíritu sea nuestro más preciado deseo, revistiéndonos con el ropaje de Su amor.